((Neevveerr
llooook
beehii nd yoou))
George Jacobs estaba
cerrando su oficina cuando una anciana entró resueltamente.
Casi nadie atravesaba
su puerta en esos días. Las personas lo odiaban. Durante quince
años le había vaciado
los bolsillos a la gente. Nunca nadie había logrado engancharlo con
ninguna acusación.
Pero mejor volvamos a nuestra pequeña historia.
La anciana q ue entró
tenía una fea cicatriz en su mejilla izquierda. Sus ropas consistían
en su mayor parte en
trapos sucios de tela burda. Jacobs estaba contando su dinero.
- ¡Bien! Cincuenta
mil novecientos setenta y tres dólares con sesenta y dos centavos.
A Jacobs siempre le
gustó ser preciso.
- De hecho, mucho
dinero – dijo ella – Estaría muy mal que no pudiera gastarlo.
Jacobs se dio vuelta.
- Pero… ¿quién es
usted? – preguntó, sorprendido a medias - ¿Qué derecho tiene a
espiarme?
La mujer no contestó.
Levantó su huesuda mano. Se produjo una llamarada de fuego en
su garganta… y un
grito. Luego, con un borbotón final, George Jacobs murió.
- Me pregunto qué (o
quién) pudo haberlo matado – dijo un joven.
- Me alegra que haya
muerto – dijo otro.
Aquel fue afortunado.
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