((Thee
sstt rraanggeerr))
Kelso Black se estaba
riendo.
Se rió hasta que el
costado empezó a dolerle y la botella de whisky barato que aferraba
entre sus manos se le
derramó por el suelo.
¡Policías idiotas!
Había sido tan fácil. Y ahora tenía cincuenta de los grandes en sus
bolsillos. ¡Si el
guardia había muerto, era tan sólo por su culpa! Se le había atravesado en el
camino.
Riendo, Kelso Black
se llevó la botella a los labios. Fue en eso cuando las escuchó: unas
pisadas en la
escalera que llevaba al ático donde se había escondido.
Tomó su pistola. La
puerta se entreabió.
El extraño vestía una
chaqueta negra y un sombrero ladeado sobre los ojos.
- Hola, hola – dijo -
. Kelso, he estado observándote. Me agradas muchísimo. – El extraño
se rió y le produjo
un estremecimiento de horror.
- ¿Quién es usted?
El hombre se rió de
nuevo.
- Tú me conoces. Yo
te conozco. Hicimos un pacto hará casi una hora, en el momento en
que le disparaste a
ese guardia.
- ¡Lárguese! – la voz
de Black se elevó estridentemente - ¡Lárguese! ¡Lárguese!
- Ya es hora de que
vengas conmigo, Kelso – le dijo el extraño con suavidad – Después de
todo, tenemos un
largo camino que recorrer.
El extraño se quitó
la chaqueta y el sombr ero. Kelso Black contempló aquel Rostro.
Gritó.
Kelso Black gritó y
gritó y gritó.
Pero el extraño
apenas se rió y, en un instante, el cuarto estuvo silencioso. Y vacío.
Aunque olía poderosamente a azufre.
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