((Thee hootteell aatt tthee eend ooff tthee rrooaa d))
- ¡Más rápido! – dijo
Tommy Riviere - ¡Más rápido!
- Lo estoy poniendo a
ciento veinte – dijo Kelso Black.
- Tenemos a los polis
encima nuestro – dijo Riviera – Ponlo a ciento cuarenta.
Se asomó por la
ventanilla. Detrás del automóvil que huía se encontraba un patrullero,
con la sirena
aullando y las luces rojas destellando.
- Voy a doblar en el
camino lateral de allí adelante – gruñó Black. Giró el volante y el
automóvil se internó
en el tortuoso camino de grava.
El policía uniformado
se rascó la cabeza.
- ¿A dónde se fueron?
Su compañero frunció
el entrecejo.
- No lo sé.
Simplemente… desaparecieron.
- Mira – señaló Black
– Hay unas luces enfrente.
- Es un hotel – se
asombró Riviera - ¡Un hotel, en este camino perdido! ¡Tiene que
funcionar! La policía
nunca nos buscará allí.
Black clavó los
frenos sin importarle los neumáticos del automóvil. Riviera se inclinó
sobre el asiento
trasero y aferró una bolsa negra. Empezaron a caminar.
El hotel parecía una
escena sacada de la época del 1900.
Riviera pulsó la
campanilla con impaciencia. Apareció un anciano.
- Queremos una
habitación – exigió Black.
El hombre los
contempló en silencio.
- Una habitación –
repitió Black.
El hombre se dio
vuelta para volver a su oficina.
- Mira, viejo – dijo
Tommy Riviera – Eso no se lo perdono a nadie. – Extrajo su treinta y
ocho – Ahora mismo
vas a darnos una habitación.
El hombre parecía
dispuesto a seguir su camino, pero por último pronunció:
- Habitación cinco.
Al final del pasillo.
Como no les ofreció
firmar el registro, ellos subieron. El cuarto estaba vacío salvo por
una cama doble de
hierro, por un espejo resquebrajado y un empapelado mugriento.
- Aah, qué basura de
cuarto – dijo Black, asqueado – Apostaría a que hay tantas cucarachas
aquí que se podría
llenar un bidón de veinte litros.
Al despertar a la
mañana siguiente, Riviera no pudo salir de la cama. No podía mover ni
un músculo. Estaba
paralizado. Entonces el viejo se dejó ver. Tenía la aguja que acababa de
aplicarle a Black en
los brazos.
- De modo que está
despierto – dijo – Queridos míos, ustedes dos son los primeros
agregados a mi museo
en veinticinco años. Pero se conservarán bien. Y no morirán.
Irán a parar al resto
de la colección de mi museo viviente. Unos hermosos
especímenes.
Tommy Riviera ni siquiera pudo expresar
su horror.
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