Trivial World

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miércoles, 29 de abril de 2015

El hotel al fina l del camino- Stephen King


((Thee hootteell aatt tthee eend ooff tthee rrooaa d))
- ¡Más rápido! – dijo Tommy Riviere - ¡Más rápido!
- Lo estoy poniendo a ciento veinte – dijo Kelso Black.
- Tenemos a los polis encima nuestro – dijo Riviera – Ponlo a ciento cuarenta.
Se asomó por la ventanilla. Detrás del automóvil que huía se encontraba un patrullero,
con la sirena aullando y las luces rojas destellando.
- Voy a doblar en el camino lateral de allí adelante – gruñó Black. Giró el volante y el
automóvil se internó en el tortuoso camino de grava.
El policía uniformado se rascó la cabeza.
- ¿A dónde se fueron?
Su compañero frunció el entrecejo.
- No lo sé. Simplemente… desaparecieron.
- Mira – señaló Black – Hay unas luces enfrente.
- Es un hotel – se asombró Riviera - ¡Un hotel, en este camino perdido! ¡Tiene que
funcionar! La policía nunca nos buscará allí.
Black clavó los frenos sin importarle los neumáticos del automóvil. Riviera se inclinó
sobre el asiento trasero y aferró una bolsa negra. Empezaron a caminar.
El hotel parecía una escena sacada de la época del 1900.
Riviera pulsó la campanilla con impaciencia. Apareció un anciano.
- Queremos una habitación – exigió Black.
El hombre los contempló en silencio.
- Una habitación – repitió Black.
El hombre se dio vuelta para volver a su oficina.
- Mira, viejo – dijo Tommy Riviera – Eso no se lo perdono a nadie. – Extrajo su treinta y
ocho – Ahora mismo vas a darnos una habitación.
El hombre parecía dispuesto a seguir su camino, pero por último pronunció:
- Habitación cinco. Al final del pasillo.
Como no les ofreció firmar el registro, ellos subieron. El cuarto estaba vacío salvo por
una cama doble de hierro, por un espejo resquebrajado y un empapelado mugriento.
- Aah, qué basura de cuarto – dijo Black, asqueado – Apostaría a que hay tantas cucarachas
aquí que se podría llenar un bidón de veinte litros.
Al despertar a la mañana siguiente, Riviera no pudo salir de la cama. No podía mover ni
un músculo. Estaba paralizado. Entonces el viejo se dejó ver. Tenía la aguja que acababa de
aplicarle a Black en los brazos.
- De modo que está despierto – dijo – Queridos míos, ustedes dos son los primeros
agregados a mi museo en veinticinco años. Pero se conservarán bien. Y no morirán.
Irán a parar al resto de la colección de mi museo viviente. Unos hermosos
especímenes.

Tommy Riviera ni siquiera pudo expresar su horror.

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